Aquí está el peor invento del siglo XX. La definición técnica de este gran invento es la siguiente, se trata de la planificación del fin de la vida útil de un producto con el objetivo de que este se vuelva obsoleto, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado previamente por el fabricante. Es decir, por poner un ejemplo, que un fabricante de impresoras decidirá cuantas copias podrá realizar la impresora que acabas de comprar antes de que se bloquee o falle. Resumiendo, el fabricante reduce deliberadamente la vida útil del producto.
La pregunta es, ¿y para qué? ¿Qué gana un fabricante vendiendo productos que se estropean demasiado pronto? El motivo es, desgraciadamente, el dinero. Los fabricantes buscan aumentar la tasa de reemplazo de sus productos, de esta manera, estimulan la demanda artificialmente (si antes una lavadora duraba 8 años de media y actualmente solo 5, la demanda de este producto es evidentemente mayor). La demanda aumenta, los fabricantes responden a esa demanda aumentando la producción y de este modo venden más, el negocio está hecho.
Desde un punto de vista económico, la obsolescencia programada se basa en dos principios fundamentales. En primer lugar, el fabricante o los fabricantes que aplican esta técnica deben encontrarse en situación de monopolio, duopolio u oligopolio. Se trata de una situación de mercado imperfecto (un número pequeño de fabricantes que tienen poder de mercado y la capacidad de ponerse de acuerdo y pactar precios: cartel). En efecto, cuando se trata de un mercado abierto, con competencia perfecta, es difícil imponer a los consumidores productos de vida limitada (al haber competencia los consumidores irán a buscar productos más longevos o de mejor calidad) aunque no quiere decir que en este tipo de mercados no se aplique la obsolescencia programada.
En segundo lugar, la vida útil planificada del producto debe ser secreta de modo que el consumidor no pueda elegir teniendo toda la información. Si este dato fuera público, la elección del consumidor se vería probablemente afectada.
Esta estrategia tiene dos principales víctimas, por un lado el consumidor, tú y yo, que recibe un producto con una vida limitada artificialmente sin saberlo. Por otro lado, el planeta. Este sistema de obsolescencia programada anima al consumo, a comprar cada vez más y más. Comprar, tirar, comprar. Desde luego no es sostenible porque se trata de un sistema que no tiene en cuenta que los recursos de los que disponemos son limitados.
Existen muchos tipos de obsolescencia programada. El fallo funcional de un producto cuya reparación es más costosa que la compra de uno nuevo. También se puede producir de un modo indirecto retirando del mercado productos asociados imprescindibles para el funcionamiento de otro (un teléfono móvil será inservible si el cargador que utiliza deja de ser comercializado, o si dejan de suministrar piezas de recambio para mi viejo automóvil...etc). Finalmente algunas incompatibilidades provocan la obsolescencia de productos: hacer que un producto sea inútil porque no es compatible con las nuevas versiones (se trata de un tipo de obsolescencia programada muy utilizada en productos informáticos).
La obsolescencia programada fue desarrollada en los años veinte y treinta del pasado siglo. Los pioneros en aplicar esta técnica fueron los fabricantes de bombillas con el famoso Cartel Phoebus. En 1924 la vida media de una bombilla era de 2500 horas, un acuerdo entre la mayoría de fabricantes en el mundo buscó reducir costes a través de la estandarización de los componentes y limitó la vida de las bombillas a unas 1000 horas para hacer el negocio mucho más lucrativo. Más tarde, durante la Gran Depresión en los años treinta, la obsolescencia programada fue utilizada para superar la grave crisis aumentando el consumo y así relanzar la economía. Después, en los años cincuenta, la obsolescencia programada cambió de cara, ya no se trataba de hacer productos de peor calidad, sino de utilizar el diseño para que los productos parecieran viejos y anticuados cada poco tiempo de modo que el consumidor sintiera la necesidad de reemplazarlos (obsolescencia estética). Entramos aquí en la utilización de técnicas de marketing para convencer a los consumidores de que deben comprar nuevos productos (con pequeñas mejoras y un diseño mucho más moderno y atractivo) y tirar los antiguos (aún cuando funcionan correctamente): se busca crear en el consumidor la necesidad de reemplazar. Y así llegamos hasta nuestros días, en los que la obsolescencia programada está a la orden del día: impresoras, baterías, microprocesadores, coches, electrodomésticos...
Cosima Dannoritzer ha dirigido un documental titulado "Comprar, tirar, comprar" coproducido por Arte France, Televisión Española y Televisió de Catalunya en el que se trata precisamente el tema de la obsolescencia programada y sus consecuencias. Merece la pena echarle un vistazo.
Enlace Televisión Española:
Enlace Youtube:
En Livermore, California, existe una bombilla que lleva encendida cerca de 110 años. Puede verse por webcam aquí: http://www.centennialbulb.org/photos.htm
ResponderEliminarSalud, indio gabacho,