Estrujar una hoja seca. El olor a tierra mojada después de una tormenta. Que suene el despertador, abrir un ojo, apagarlo y volver a dormir. Ojear un libro antiguo y encontrarte algo entre las páginas. Arrancar cesped. Hacer el tonto para sacarle una sonrisa a un bebé. Pisar nieve virgen. Mirar fotos de cuando eras pequeño y pensar ¿así era yo? Romper algo y decir que no has sido tú. Mirar el fuego. Ver llover desde tu ventana. Apoyarte en las paredes del pasillo cuando vuelves muy borracho a casa. Entrar en algún lugar y pensar: aquí ya he estado. El acelerón del avión al despegar. Ver una estrella fugaz. Escuchar un ruido por la noche y cagarte de miedo. Cantar en la ducha como si no hubiera mañana. Bajar la ventanilla del coche cuando vas rápido. Hablar delante del espejo. Saludar a los desconocidos por la calle. Dejar un examen en blanco. El olor a gasolina. Decir que si cuando no entiendes algo. Romper el papel de los regalos. Un ataque de risa inoportuno. Saltar sobre un charco. Pasear sin rumbo.
miércoles, 31 de agosto de 2011
domingo, 28 de agosto de 2011
Blancos de la magia negra
Jon Sistiaga
Hay lugares de África donde nacer albino sigue siendo la peor condena. Se les ve aún como hijos del diablo. Cualquier órgano suyo sirve para rituales de magia negra. Los brujos pueden llegar a pagar 1.600 euros por una pierna. Si el miembro se arranca en vivo, mejor. Canal + y 'El País Semanal' han viajado a Tanzania para hablar con las víctimas de tan escalofriante superstición.
Hay lugares de África donde nacer albino sigue siendo la peor condena. Se les ve aún como hijos del diablo. Cualquier órgano suyo sirve para rituales de magia negra. Los brujos pueden llegar a pagar 1.600 euros por una pierna. Si el miembro se arranca en vivo, mejor. Canal + y 'El País Semanal' han viajado a Tanzania para hablar con las víctimas de tan escalofriante superstición.
Eran tres. Entraron en la choza y empezaron a golpearnos a todos. Uno llevaba una botella de queroseno. Me agarraron entre los tres. Me inmovilizaron y empezaron a cortarme el brazo a machetazos. Cuando acabaron salieron corriendo con mi brazo y gritaron a mi madre que me echara el queroseno en la herida hasta que cauterizara y dejara de sangrar. Yo ya estaba desmayada...". Kabula Nkalango, de 14 años y albina, tiene la mirada triste y una sonrisa forzada de quien ha visto el Horror y ya no espera nada sano de esta vida. Lleva un año en una escuela especial a 160 kilómetros del lago Victoria, en Tanzania. Un lugar de acogida e integración para niños albinos traumatizados. Nunca antes había ido al colegio. Era analfabeta, aunque ahora ya es capaz de leer y hacer sumas y restas. "Cuando llegó estaba psicológicamente devastada. Tenía pesadillas y se despertaba pensando en las caras de los hombres que le arrancaron de cuajo su brazo derecho", me dice Peter Ajali, el director de las escuelas Buhangiya.
Kabula habla pausado y no sostiene la mirada. Prefiere agachar la cabeza y cruzar su brazo izquierdo sobre el pecho, por encima del uniforme azul del colegio, como queriendo ocultar que le falta el otro brazo. Es tímida y recelosa, aunque sus profesores le insisten en que hable con el periodista porque, dicen, "el mundo tiene que saber lo que pasa aquí". Y lo que pasa en Tanzania es que el 60% de la población cree en la brujería, sobre todo en la llamada "brujería muti", que en sus formas más extremas utiliza partes humanas para sus conjuros y brebajes. Desde hace unos años, los hechiceros que la practican han señalado a los albinos, un sector social especialmente estigmatizado en ese país, como los objetivos más fáciles para este tipo de magia negra. Lo más normal es que se profanen las tumbas de los albinos fallecidos por accidente o enfermedad para así robar sus huesos y dárselos a esos chamanes. Pero el verdadero muti, para que sea realmente efectivo, necesita que los órganos o miembros humanos se arranquen en vivo para que los gritos y el dolor del sacrificado potencien el efecto del conjuro. Por eso los traficantes de órganos que atacaron a Kabula le dieron una botella de queroseno a su madre, porque su misión no era matarla, sino mutilarla, lo cual no les hace menos crueles, pero sí demuestra el grado de deshumanización y locura al que pueden llevar unas creencias ancestrales: "No nos eches la culpa, nos envían solo para cortarle el brazo, no queremos matarla", le gritaron a la madre de Kabula, que tuvo la suerte de sobrevivir.
ASESINATOS RITUALES Y SACRIFICIOS
Ha habido al menos 60 asesinatos rituales de albinos en Tanzania en los últimos tres años, 16 en Burundi, 7 en Kenia. Estos son los muertos comprobados e investigados por las diferentes policías, pero varias ONG calculan que los sacrificios humanos pueden haber sido centenares, porque los ocurridos en las zonas más remotas y aisladas ni son tenidos en cuenta. "La culpa la tienen todos los mitos extendidos por los brujos de que los albinos tienen algunos poderes mágicos y que sus órganos pueden utilizarse en pociones mágicas para conseguir que los ricos sean más ricos o triunfen", asegura Vicky Ntetema, directora de la Fundación Under the Same Sun (Bajo el Mismo Sol) y antigua delegada de la BBC en Dar es Salam. Hace cuatro años realizó la primera denuncia periodística sobre la persecución de los albinos en Tanzania grabando con cámara oculta a varios brujos que hacían magia negra con humanos. Desde entonces lleva escolta, ha dejado el periodismo y ayuda a este colectivo.
La sede de su ONG está rodeada de vallas electrificadas y guardias de seguridad porque 10 de los 14 miembros de su equipo son albinos. Para Vicky, la permisividad de la Administración tanzana con esos brujos tiene una explicación clara: "Hay gente en el Gobierno bien formada, bien educada, que cree en los brujos. ¡Políticos, ministros, líderes religiosos, policías y empresarios acuden a ellos! Hay políticos que visitan a los brujos durante las campañas electorales para beber las pociones mágicas que supuestamente les harán ganar las elecciones. ¡Y luego esa gente es la que tiene que decidir si a los brujos se les permite o no continuar con sus prácticas...!". No es una denuncia en falso. El único diputado albino elegido en las urnas, Salum Khalfan Barwani, por el partido de la oposición al presidente Jakaya Kikwete, nos comentó en su oficina que él había ganado su escaño "sin recurrir a la brujería, no como otros diputados del Parlamento".
El albinismo es un trastorno genético hereditario, una falta de pigmentación en la piel, el pelo y los ojos. En Europa lo sufre una de cada 20.000 personas, pero en Tanzania hay un caso cada 4.000 habitantes. El Gobierno ya ha censado a unos 8.000 albinos, pero la Sociedad Tanzana de Albinos, una institución financiada con dinero público, calcula que hay unos 160.000.
En nuestro mundo, un albino es uno más, pero en Tanzania, como en casi toda África del este, un albino es un ser inferior. En este país, por el que pasan 600.000 turistas al año para ver el Serengeti o el Kilimanjaro o la isla de Zanzíbar, muchos creen que los albinos son una maldición divina, o que son gafes que traen mala suerte, o que son hijos del demonio, o que son, simplemente, subproductos de un adulterio o una enfermedad venérea. En Tanzania, los albinos son discriminados, segregados y en muchos casos perseguidos, asesinados o mutilados. Los mitos construidos sobre su supuesto carácter sobrenatural y maléfico no tienen ningún sentido, pero de alguna manera han calado entre la población. Por eso los asesinos de albinos actúan con enorme impunidad, porque cuando a un colectivo se le estigmatiza en la categoría de infrahumano es fácil pasar, sin demasiados prejuicios, a la fase del eliminacionismo.
LOS ALBINOS NO MUEREN, DESAPARECEN
Que los albinos no son humanos, sino fantasmas o presencias espectrales, es una de las leyendas más comunes sobre ellos. De hecho, en las zonas rurales se tiene la convicción de que un hijo albino es una condena de mala suerte para toda la familia. Así que a ese niño se le aparta de la familia, se le aleja al establo, con los animales, y se espera hasta que se desvanezca, porque, según esta creencia, los albinos no mueren, sino que desaparecen: "Mira, te voy a explicar de dónde viene ese mito estúpido", dice Babu Sikare, un albino tanzano que vive en Estados Unidos. "La razón es que, tiempo atrás, realmente sí que desaparecíamos... ¡pero porque nos solían matar...! Y después de asesinarnos nos desmembraban y hacían desaparecer los cuerpos. Nos mataban y luego decían que nos habíamos desvanecido, porque no se nos volvía a ver... No se perseguía a nadie, no había prensa detrás como tú ahora. Y la gente se creía que nos evaporábamos...".
Babu tuvo la suerte de nacer en la capital, Dar es Salam, en el seno de una familia que lo quiso y lo trató como uno más. Fue el número uno en su clase y consiguió una beca para estudiar en Ohio (EE UU), donde trabaja en un banco de inversiones. Lo que peor lleva es que la gente crea que traen mala suerte. En sus ratos libres es cantante de rap bajo el nombre de Albino Fulani (Un Albino Cualquiera); pasearse con él por un mercado de Dar es Salam es como llevar una diana de desprecio en la espalda. En mi escaso suajili puedo escuchar cómo, a nuestro paso, muchos individuos susurran la palabra wazungu, una expresión despectiva de la época colonial que podríamos traducir por "putos blancos": "La gente me llama de todo. Me dicen zeru, zeru, que significa cero, o sea, nada. Me llaman kaburu, que en Sudáfrica era el insulto a los blancos racistas. Y ahora tienen una nueva expresión, nos gritan dili, un diminutivo del inglés deal, es decir, negocio. Muchos me ven como un negocio, un business. Si me cortan la mano, hacen negocio. Pillan pasta. Así que no te sorprendas si vamos por la calle y alguien grita: '¡Ei, Dili!'. Se refieren a mí, amigo, no a ti".
¿Pero quién usa este tipo de brujería asesina? Está claro que en una sociedad atrasada cualquier superchería se puede convertir en dogma, pero no se puede decir que esta sea una brujería de las clases bajas. En Tanzania, un país donde el 80% de la población vive en el umbral de la pobreza, no todo el mundo puede pagar 800 euros por una mano o 1.600 por una pierna, que es como se cotizan actualmente los órganos de albinos en el mercado negro. Son muchos los que creen en la magia negra, incluso en las capas más altas de la sociedad. Pero casi todas las investigaciones apuntan a que son los mineros del interior y los pescadores del lago Victoria los que más recurren a esa magia para tener suerte y riqueza.
"Todos gritábamos, pero no podíamos hacer nada. Mis padres habían fallecido, vivíamos con mi tía, que estaba aterrorizada", me cuenta Tyndi Mbushi. Ella es albina, de la región de Geyta, donde las minas de oro son el sustento de la población. A ella no la tocaron porque el alboroto asustó a los liquidadores, pero sí tuvieron tiempo de cortar a machetazos la pierna derecha de su hermana Bibiana. "También intentaron cortarle la izquierda, pero cuando nos pusimos todos a gritar salieron corriendo solo con una pierna. Bueno, con la pierna y con los dos dedos que le cortaron al intentar poner la mano para defenderse".
Hablan con toda su familia de adopción arropándolas y dándoles cariño. Bibiana prefiere dejar a su hermana el relato gráfico de los hechos. Un relato desgarrador en una niña de apenas 12 años. Quizá por eso, por ser tan pequeña, lo cuenta de esa manera tan directa y horrible, sin adjetivos y sin detalles. Bibiana me enseña los terribles costurones que le dejaron los dos machetazos en su pierna izquierda, justo por la ingle, mientras se apoya en la muleta que le ayuda a andar. "De mayor quiero ser banquera para ayudar a mi familia y a las personas pobres", dice con una tremenda ingenuidad. Le pregunto qué siente por los hombres que la mutilaron, si rencor, odio o quizá perdón, y me contesta con un sonoro silencio que probablemente contiene muchas más opciones de las que yo le he planteado.
POLVO PARA ATRAER LA PESCA
¿Pudo la pierna de Bibiana acabar como una especie de detector de metales en alguna mina de oro? ¿Pudo su sangre ser vertida en una galería oscura para intentar encontrar la veta buena que sacara a unos mineros sin escrúpulos de su miserable existencia? Bibiana nunca lo sabrá. Ella ha sobrevivido. Es otro ejemplo que contradice la leyenda de que los albinos se desvanecen. El mito de que son almas negras encerradas en cuerpos lívidos esperando encontrar otro organismo que colonizar.
"Es una leyenda muy conocida que los trozos de albino traen buena suerte. Es una tradición que viene de siglos, de nuestros padres y abuelos, cuando nos decían que los albinos simplemente desaparecían", reconoce Waega Makuruka, un pescador del lago Victoria que accede a hablar sobre el tema en una apartada cala llena de pescadores furtivos. No somos bien recibidos en esa playa. Somos blancos, llevamos cámaras, somos un imán para la policía... Algunos nos gritan que no les enfoquemos para no ser reconocidos; otros, que nos vayamos. "A mí me han dicho que se utilizan huesos de albino, pero no sé qué partes realmente". Waega habla de soslayo y con titubeos, porque muchos de sus compañeros intentan acercarse para escuchar lo que dice y saber si habla de más.
El contacto que nos ha llevado hasta allí ha sido rotundo: "Aquí todo el mundo cree en esa brujería". La zona de Mwanza se hizo famosa gracias al documental La pesadilla de Darwin, que retrataba la pesca a destajo de la perca del Nilo para su exportación, dejando a los habitantes locales para alimentarse apenas las raspas. Son esos pescadores, según Ntetema, los que acuden a los brujos para encontrar los bancos de peces: "Deshuesan las manos cortadas, muelen los huesos, y ese polvo lo esparcen por... lo que sea, el mar, el lago, para que el pescador haga más capturas... Pero también usan el pelo rubio, pelo de cabeza de albino. Primero lo fríen, luego lo raspan y después lo espolvorean por donde creen que está el banco de peces".
Dagumoto es la palabra utilizada en la jerga de los hechiceros para denominar los asesinatos por encargo o los sacrificios rituales. Masalu Luponya es un brujo de la zona de Geita acusado hace unos meses de encargar el asesinato de un albino. Finalmente fue liberado por falta de pruebas. Cuando le pregunto si es un brujo malo o un brujo bueno, enseguida me hace la distinción: "La brujería buena utiliza raíces y animales, la mala utiliza árboles y personas humanas. Yo soy de los buenos". Luponya es alto, de sonrisa franca, de mirada directa y chispeante, y un gran anfitrión. Sabe caer bien, condición indispensable para un buen embaucador. No le va nada mal el negocio de brujo. Tiene varias chozas y un enorme terreno de cultivo donde están enterrados sus antepasados. Cuando llegamos está delante de esas tumbas, porque dice que sus ancestros le cuentan quién viene a visitarle y por qué. Le arranco la primera carcajada cuando le digo que mi contacto le llamó ayer al móvil y que por eso sabía que veníamos.
Nos hace pasar a la choza donde recibe a sus, llamémosles, pacientes. Enseguida me muestra todo su arsenal de alquimista, todos sus abalorios de curandero y toda su retórica para defender que la magia negra es muy peligrosa, y que solo los más expertos pueden usar porque, si no, sus efectos pueden ser devastadores: "Los asesinatos vienen de hace mucho, mucho tiempo. Primero iban a por las embarazadas; después, a por los calvos; luego, a por la gente que tenía una marca como una M en la mano, y después comenzaron con los albinos". El hechicero Luponya habla con vehemencia. Controlando sus silencios y jugando con las pausas dramáticas. Mira a los ojos directamente, pero eso, que en otro interlocutor sería una cortesía o una señal de franqueza o de seguridad en sí mismo, me produce cierto desasosiego. Como si su mirada me taladrara y estuviera tocando mi alma. Al salir de la choza me invita a probar un brebaje, un antídoto para venenos, dice, que rechazo cortésmente.
CANIBALISMO, VAMPIRISMO Y MAGIA NEGRA
Muy cerca de los dominios del brujo, a escasos kilómetros del parque nacional de Serengeti, ocurrió uno de los sucesos más estremecedores en esta persecución delirante contra los albinos. Mariam Emanuel, de cinco años, fue asesinada en la choza de su abuelo delante de su hermana. Nindhi, que no padece albinismo, pudo ver todo lo que ocurría desde un rincón de la habitación e incluso reconocer a uno de los asesinos, Kazimili Mashauri, un individuo de la misma aldea, que fue condenado a muerte el año pasado.
Encontramos a Nindhi en otro colegio privado de acogida, acompañada de su tutor, que le anima a contarnos lo que pasó tal y como lo hizo ante el juez: "Me taparon la cabeza con una manta, pero la abrí un poco para ver qué estaban haciendo. Los asesinos taparon la boca de Mariam y con un cuchillo la degollaron. Entonces uno de ellos recogió en un cazo toda la sangre que salía de su cuello y cuando se llenó, empezaron a bebérsela. Uno detrás del otro. Cuando terminaron de beber la sangre sacaron una bolsa grande y cortaron a hachazos las piernas de Mariam. Yo creo que ya estaba muerta. Las metieron dentro y huyeron". Lo cuenta de corrido mientras nosotros contenemos la respiración. Aunque el griterío de los niños en el patio del colegio es ensordecedor, todo parece detenerse en cuanto esta niña, tan pequeña y tan adulta, se pone a hablar. Me despido de ella con la preocupación de haberla desestabilizado, aunque el director nos dice que no nos preocupemos. Tiene asimilado lo que pasó, nos asegura, es una buena estudiante y saldrá adelante. Y nos recomienda que vayamos a visitar al abuelo.
La aldea de Ngalongo no está lejos de Mwanza ni lejos del lago Victoria, donde probablemente acabaron los miembros de Mariam. Son apenas una decena de chozas de familias pobres que viven en una economía de subsistencia. Cuando llegamos a la casucha donde vivía la cría, su abuelo, Mabula Fimbo, de 78 años, está comiendo una pasta de flor de yuca mezclada con maíz. "Comida de pobres", me dice ofreciendo una cucharada.
"Claro que conocía al asesino. Éramos más que amigos. De hecho, éramos medio parientes... Solo espero que haya algún tipo de justicia divina", relata con un hablar cansado. Mabula nos cuenta que el tipo sigue en la cárcel a la espera de ejecución. Que en el juicio no reconoció los hechos, ni por qué lo hizo. Que cada vez que ve a sus familiares siente una mezcla de odio y tristeza, pero que no puede hacer nada. Todas las pertenencias de este hombre, que cría unas cabras para sobrevivir, caben en una maleta que tiene semicerrada en uno de los dos cuartos de la choza.
Le pido que me enseñe la tumba de Mariam y le pregunto si no teme que intenten profanarla. Me mira, me lanza algo lejanamente parecido a una sonrisa de complicidad y me pide que le acompañe a su cuarto.
Al entrar se agacha, levanta el jergón sucio donde duerme y me enseña, ahí, debajo de su propia cama, la tumba de su nieta Mariam. Ante mi cara de estupor, agachado delante del colchón, mirando ese suelo duro donde no hay lápida, ni flores, ni velas, me susurra: "Es que si la entierro ahí fuera, seguro que acabarían profanándola y llevándose sus huesos".
Mientras le ayudo a bajar la cama, me pregunto a qué extremos de amor y devoción hay que llegar para enterrar a alguien dentro de casa. Qué desolación hay que sufrir para dormir todas las noches con esa presencia etérea en la habitación y qué remordimiento por no haber podido evitar su muerte.
Canal + estrenará el reportaje 'Blancos de la ira', sobre los albinos en Tanzania, de Jon Sistiaga, el 14 de septiembre, a las nueve de la noche.
viernes, 26 de agosto de 2011
Luvungi
Si existe el infierno debe ser algo parecido a lo que viven los congoleños. Desde de que en 1960 consiguieran la independencia de Bélgica, el país no ha tenido otra cosa que guerras, inestabilidad y luchas por controlar las enormes riquezas del país. Madera, oro, cobalto, cobre, diamantes, casiterita y coltán... la población no ve que sus condiciones de vida mejoren pese a los miles y miles de millones de dólares que se ingresan por estas exportaciones. Todo el pastel se lo reparten unos pocos, políticos corruptos, empresarios locales con pocos escrúpulos y extranjeros. La cosa sigue así, sobretodo en el este del país, en las regiones de Kivu Norte y Kivu Sur, limítrofes con Ruanda y Uganda. En esta zona los Derechos Humanos son una cosa de ciencia-ficción. Varias guerrillas operan en la zona, algunas apoyadas por países vecinos, convirtiendo la región en un lugar donde reina la ley de la jungla con varios frentes abiertos. Reagrupamiento Congoleño para la Democracia (Tutsis), Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (Hutus), Movimiento de Liberación del Congo (Ugandeses) y el Ejército Congoleño (fiel al Gobierno de Kinshasa) se pelean por dominar la zona y sobretodo por controlar las minas y el comercio de minerales que reporta unos jugosos millones que sirven a su vez para financiar la guerra. A parte están los Cascos Azules de la ONU cumpliendo la misión (MONUSCO) establecida por el Consejo de Seguridad para ayudar al restablecimiento de la paz tras la Segunda Guerra del Congo que dejó 4 millones de muertos. En ocasiones, demasiadas quizá, la labor de los Cascos Azules se queda corta o simplemente no sirve para que haya un verdadero cambio en el conflicto y no es culpa de los soldados allí destinados sino que es una muestra más de que la ONU debe ser reformada para darle verdadero poder y que haga cumplir las resoluciones del Consejo de Seguridad. Evidentemente quien más sufre en todo este conflicto es la población civil, víctima de las guerrillas rebeldes, del propio Ejercito Congoleño y en algunos casos de los Cascos Azules si a eso sumamos la miseria más absoluta allí reinante, la violencia sexual y la impunidad de los grupos armados...Tenemos algo muy parecido al infierno. Y es que en ese lugar del planeta reina el horror: niños capturados para convertirlos en soldados, esclavitud, enfermedades, incursiones a poblados de las guerrillas o el ejercito que quedan impunes, violaciones masivas... En comparación, una muerte rápida no parece tan horrible. Y para ilustrarlo, aquí sigue la historia de un pequeño pueblo llamado Luvungi. Es solo una muestra de lo que allí viven a diario los civiles desde hace años.
Era un día cualquiera, igual de duro que los otros 364 días del año en esta zona del Congo azotada por la guerra y la miseria. Esta región lleva años en conflicto y no da muestras de mejorar. Sin embargo lo que iba a ocurrir en este pequeño pueblo era algo sin precedentes. Treinta de julio de 2010, ocho y media de la tarde. Un grupo de rebeldes ruandeses pertenecientes a las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR) entraron en la pequeña aldea congoleña de Luvungi, en la convulsa región de Kivu Norte, en plena jungla. Matan a varios civiles. Durante tres días unos 350 hombres violaron sistemáticamente a todas y cada una de las mujeres del pueblo de entre 13 y 80 años con total impunidad. El tres de agosto los rebeldes se fueron de la localidad dejando atrás 284 mujeres violadas,aunque algunas fuentes elevan a 384 el número de víctimas ya que los rebeldes atacaron también otros pueblos vecinos como Bitumbi. Nadie acudió en su ayuda, nadie, ni el ejercito congoleño, ni los cascos azules de la ONU. ¡Y eso que estaban en una base a menos de 20 kilómetros del pueblo!
lunes, 15 de agosto de 2011
Películas que te harán viajar
Algunas películas te dejan con un sabor especial cuando las ves, especialmente aquellas que te invitan a viajar, a dejar todo atrás, a hacer las maletas y recorrer el mundo.
Diarios de Motocicleta (2004, Walter Salles)
Camino a la libertad (The way back, 2010, Peter Weir)
Siete años en el Tibet (Seven years in Tibet, 1997, Jean-Jacques Annaud)
Hacia rutas salvajes (Into the wild, 2007, Sean Penn)
Naúfrago (Cast away, 2000, Robert Zemeckis)
Diamantes de sangre (Blood Diamond, 2006, Edward Zwick)
Una casa de locos (L'auberge espagnole, 2002, Cédric Klapisch)
14 kilómetros (2007, Gerardo Olivares)
Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962, David Lean)
Lost in Translation (2003, Sofia Coppola)
Memorias de África (Out of Africa, 1985, Sydney Pollack)
Viaje a Darjeeling (The Darjeeling limited, 2007, Wes Anderson)
La reina de África (The African Queen, 1951, John Huston)
La playa (The Beach, 2000, Danny Boyle)
Y tu mamá también (2001, Alfonso Cuarón)
Diarios de Motocicleta (2004, Walter Salles)
Camino a la libertad (The way back, 2010, Peter Weir)
Siete años en el Tibet (Seven years in Tibet, 1997, Jean-Jacques Annaud)
Hacia rutas salvajes (Into the wild, 2007, Sean Penn)
Naúfrago (Cast away, 2000, Robert Zemeckis)
Diamantes de sangre (Blood Diamond, 2006, Edward Zwick)
Una casa de locos (L'auberge espagnole, 2002, Cédric Klapisch)
14 kilómetros (2007, Gerardo Olivares)
Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962, David Lean)
Lost in Translation (2003, Sofia Coppola)
Memorias de África (Out of Africa, 1985, Sydney Pollack)
Viaje a Darjeeling (The Darjeeling limited, 2007, Wes Anderson)
La reina de África (The African Queen, 1951, John Huston)
La playa (The Beach, 2000, Danny Boyle)
Y tu mamá también (2001, Alfonso Cuarón)
viernes, 12 de agosto de 2011
lunes, 1 de agosto de 2011
Otra vez no
Año 2011, siglo XXI. Hemos llegado a la Luna, tenemos armas para destruir varias veces la tierra, hemos inventado aviones que viajan a la velocidad del sonido, la tecnología está por todas partes, dominamos el mundo. Ninguna otra especie nos puede hacer sombra. El Hombre ha conseguido cosas impensables. Somos la única especie que ha conseguido semejante nivel de poder sobre nuestro entorno. Por eso me parece inconcebible que se den aún casos como el siguiente. El pasado 20 de julio Naciones Unidas declaró oficialmente la hambruna en el sur de Somalia y algunas regiones de Etiopía y Kenia. La gente se muere de hambre. La última declaración de hambruna ocurrió hace más de treinta años. Desde entonces se tenía la certeza de que una situación similar no volvería a ocurrir gracias a algunos instrumentos puestos en marcha como el Programa Mundial de Alimentos, las mejoras en las técnicas agrícolas y en el almacenamiento de las cosechas, la presencia de organizaciones humanitarias, la coordinación entre las administraciones locales. Pero no, por desgracia otra vez vuelve a repetirse la historia. Otra vez. Y ojalá sea la última. Están amenazados por esta crisis alimentaria unos diez millones de personas, de momento ya han muerto más de 10.000 personas, y la tasa de mortalidad ha subido al 7,4 por cada 10.000 personas por día. Los más amenazados son los niños y ya representan la mayoría de las víctimas. La malnutrición infantil se ha disparado, los hospitales y centros de salud están desbordados. Miles de refugiados empiezan a huir de las zonas afectadas por la hambruna, los campos de refugiados están por encima de su capacidad y la situación irá a peor. Las organizaciones humanitarias exigen una urgente actuación por parte de las naciones ricas para paliar los efectos de la hambruna.
The FEWS Net projection for crisis levels in Eastern Africa from July to September, based on current levels of response
¿Cómo es posible que aún ocurran cosas así? La terrible sequía que azota la región ha reducido las cosechas a polvo, los precios de los alimentos se han disparado y la población no tiene acceso a los alimentos más básicos. El agua potable escasea y el ganado muere. Además hay que añadir la inestabilidad que existe en todo el Cuerno de África, sobretodo en Somalia donde la guerra lleva años siendo parte de la vida cotidiana. Los enfrentamientos son frecuentes en aquella zona impidiendo el reparto de ayuda y el trabajo del personal sanitario.
Hasta ahora la respuesta de la comunidad internacional ha sido tibia. Las organizaciones humanitarias estiman que se necesitan unos 1.600 millones de dolares para paliar la catástrofe, de momento solamente se ha conseguido la mitad de esa cantidad. Se puso en marcha hace unos días un puente aéreo humanitario en Mogadiscio, la capital de Somalia. De nuevo, al igual que en el pasado, los países ricos miran a otro lado. Otra vez no. No lo podemos permitir. No puede ser que haya gente muriéndose de hambre y que en el otro lado del mundo paguemos por costosos tratamientos adelgazantes, gimnasios, liposucciones o tiremos toneladas de comida a la basura. Algo no funciona bien en este mundo en el que vivimos. No quiero un mundo así. Como decía Mafalda: "Paren el mundo que me quiero bajar."
Volver
Después de unas semanas de parón volvemos a la carga con más ganas. Este año ha sido un periodo diferente, quizá un poco raro. Estar lejos de casa, sin tu familia y amigos. Aprender a sacarte las castañas del fuego. Hacer cosas que nunca habías hecho. Conocer a gente maravillosa que te ha hecho sentir como en casa. Compañeros que volveré a ver, y otros en cambio que no. Viajar. Reír. Pasear sin rumbo por calles que no conoces. Mirar aquello que te rodea con más detalle, sin prisa. Comerte la cabeza, poner en orden tus prioridades, tus ideas. Pensar en tu futuro y demasiado a menudo también en tu pasado. En fin, ha sido un año completo, con sus cosas malas y buenas, con alegrías y decepciones pero sin duda un año necesario. Necesario para aprender de los errores, para valorar lo que tienes, para cargarte de fuerza, para madurar, para aprender a quererte y pensar un poco menos en lo que piensan los demás.
Ahora es hora de hacer balance, me fui con una maleta y he vuelto con mucho más. Pero tampoco hay que pararse demasiado a pensar en el pasado. Hay que mirar hacia delante. Es el momento de seguir con muchos proyectos y empezar otros nuevos, de empezar muchas cosas que quiero hacer. Ganas, muchas ganas de hacer todo lo que me he propuesto, de seguir aprendiendo y mejorando.
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