Si existe el infierno debe ser algo parecido a lo que viven los congoleños. Desde de que en 1960 consiguieran la independencia de Bélgica, el país no ha tenido otra cosa que guerras, inestabilidad y luchas por controlar las enormes riquezas del país. Madera, oro, cobalto, cobre, diamantes, casiterita y coltán... la población no ve que sus condiciones de vida mejoren pese a los miles y miles de millones de dólares que se ingresan por estas exportaciones. Todo el pastel se lo reparten unos pocos, políticos corruptos, empresarios locales con pocos escrúpulos y extranjeros. La cosa sigue así, sobretodo en el este del país, en las regiones de Kivu Norte y Kivu Sur, limítrofes con Ruanda y Uganda. En esta zona los Derechos Humanos son una cosa de ciencia-ficción. Varias guerrillas operan en la zona, algunas apoyadas por países vecinos, convirtiendo la región en un lugar donde reina la ley de la jungla con varios frentes abiertos. Reagrupamiento Congoleño para la Democracia (Tutsis), Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (Hutus), Movimiento de Liberación del Congo (Ugandeses) y el Ejército Congoleño (fiel al Gobierno de Kinshasa) se pelean por dominar la zona y sobretodo por controlar las minas y el comercio de minerales que reporta unos jugosos millones que sirven a su vez para financiar la guerra. A parte están los Cascos Azules de la ONU cumpliendo la misión (MONUSCO) establecida por el Consejo de Seguridad para ayudar al restablecimiento de la paz tras la Segunda Guerra del Congo que dejó 4 millones de muertos. En ocasiones, demasiadas quizá, la labor de los Cascos Azules se queda corta o simplemente no sirve para que haya un verdadero cambio en el conflicto y no es culpa de los soldados allí destinados sino que es una muestra más de que la ONU debe ser reformada para darle verdadero poder y que haga cumplir las resoluciones del Consejo de Seguridad. Evidentemente quien más sufre en todo este conflicto es la población civil, víctima de las guerrillas rebeldes, del propio Ejercito Congoleño y en algunos casos de los Cascos Azules si a eso sumamos la miseria más absoluta allí reinante, la violencia sexual y la impunidad de los grupos armados...Tenemos algo muy parecido al infierno. Y es que en ese lugar del planeta reina el horror: niños capturados para convertirlos en soldados, esclavitud, enfermedades, incursiones a poblados de las guerrillas o el ejercito que quedan impunes, violaciones masivas... En comparación, una muerte rápida no parece tan horrible. Y para ilustrarlo, aquí sigue la historia de un pequeño pueblo llamado Luvungi. Es solo una muestra de lo que allí viven a diario los civiles desde hace años.
Era un día cualquiera, igual de duro que los otros 364 días del año en esta zona del Congo azotada por la guerra y la miseria. Esta región lleva años en conflicto y no da muestras de mejorar. Sin embargo lo que iba a ocurrir en este pequeño pueblo era algo sin precedentes. Treinta de julio de 2010, ocho y media de la tarde. Un grupo de rebeldes ruandeses pertenecientes a las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR) entraron en la pequeña aldea congoleña de Luvungi, en la convulsa región de Kivu Norte, en plena jungla. Matan a varios civiles. Durante tres días unos 350 hombres violaron sistemáticamente a todas y cada una de las mujeres del pueblo de entre 13 y 80 años con total impunidad. El tres de agosto los rebeldes se fueron de la localidad dejando atrás 284 mujeres violadas,aunque algunas fuentes elevan a 384 el número de víctimas ya que los rebeldes atacaron también otros pueblos vecinos como Bitumbi. Nadie acudió en su ayuda, nadie, ni el ejercito congoleño, ni los cascos azules de la ONU. ¡Y eso que estaban en una base a menos de 20 kilómetros del pueblo!
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